lunes, 1 de septiembre de 2008

Puede que la raíz sea una riqueza generacional. Puede que el color del cielo adopte las extrañas formas de mi sentir a tu lado.
Algún día me sentí atraído por las tonalidades que elevaban mi ser, esa sombra languidecida que parecía no creer en nada. Y me imaginaba dando pasos absurdos, alejándome para volver más tarde al mismo sitio.
¿Cuántos pasos dí?. No lo sé. Sólo sé que los dí, que avancé a esa relativa tranquilidad que mis miedos producían.
Y así, un día, lo encontré a él. Y fué cuando el cielo se evaporó.
Imaginaba, de su piel, amarrado entre sus brazos; mi cuerpo, mientras me contaba de aquéllas historias de su infancia. Y mi piel comenzaba a derretirse. Era un líquido que humedecía su cuerpo desnudo. Era el amor convertido en sinceridad. Era la fundición, el encuentro violento de todos los años de mi vida. Era ese ingente palpitar que jamás esperé, y que llegó a mí, rebasando mi totalidad. Pensé que ante tal desastre, no podía ocurrir algo peor. Y sí, ocurrió. Me había levantado de mi cama sudoroso y muy exaltado. Volteaba hacia todos lados y no estaba conmigo.
Así es la cruda realidad. No hubo más amor, no hubo más caricias ni roces...todo se perdió en ese cielo rosado...
Saco ese cuaderno debajo de mi almohada y lo abro en mi último recado. Tengo la hoja entre mis dedos. Tengo la piel expuesta, me siento enérgico y dispuesto al llanto. ¡Catarsis de un encuentro pleno!...No me siento listo para dar vuelta a la hoja. Aún queda espacio aquí, mucho espacio. Aún podría escribir más y más...

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