miércoles, 28 de agosto de 2013

La convulsa llamarada



La ciudad perecía
y yo me aferraba a tí.
Tu cuerpo:
una vislumbre de muerte
en silencio,
una cohorte de dulces
y membranas.
 
Me aferré más
y la bondad se rindió
frente a mí.
 
La iniquidad de mis labios
oscuros,
como el hollín,
como la tormenta exquisita;
como la sábana fría
que en las noches
te adueñabas.

y las calles se enredaron entre sí,
y los vidrios reventaban...

Tus pies se recostaron en los hombros
de este andrajo humano,
ominoso,
y tu voz me ensordeció.
 
La ciudad perece
todas las noches,
pero esta noche
te prefiero a tí.
 
Y las calles
y los hombres
se enredaron entre sí.
 
Pero en este casco profundo,
yo prefiero tus nalgas
y el sudor
de tu regazo.
 
Prefiero la llaga
de la histeria,
la convulsa
llamarada.
 
Y mi cuerpo
explotó dentro de tí.
 
Hoy, en estas calles
se respira el frío:
la maquinaria de este mundo
se desplaza sin motivo.
 
Y la noción de tu cuerpo...
ese hedor exquisito
que a mi verga
 
encantaba.
La ciudad respira.
Por sí sola respira.
Y mi muerte resuena
en la carne que arrojamos
por allí...