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Para el eco del Siglo VIII, el canto de mi llanura existencial. Una nueva fosa por conquistar, un nuevo empobrecimiento cutáneo. Consunción gradual del estado humano impío.
Llego a la orilla del viento y susurro
mi espacio contigo. He de descifrar
planicies oscuras de un canto escondido
y pienso si fuese contigo,
ahogando en silencio tus dedos conmigo;
¿Tendría sentido la vida en el cielo?
Lejano en el mar, profundo lamento:
sirena sin alma que evoca mil cuentos
de lobos marinos que esperan sedientos
los cuerpos perdidos, regando sus sales.
Y la noche, de ignoto romance se incensa.
Las sombras de amantes lunares
¡Copulen en llamas triviales,
ese sueño incompasible!
Me adentro más en su aliento
de soflama y néctar que, fundido,
llueve luego en mis adentros;
porque ya no creo en nada.
Y ese Dios enardecido
no concibe sus inventos.
Yo le veo tan altivo,
siempre viendo al precipicio.
Fuego abierto es en sus ojos,
de una rara simpatía:
"Nunca trates con demonios"
y sus garras te comieron.
Sí, ¡Misericordia!
Yo por tí, ¡Nunca!
Echarte de la tierra
¡Eso querría!.
Cruje el cielo de tu gracia,
falso mártir trastrocado.
Un verdugo volvería,
y tan fuerte azotaría
tanto culto inmaculado;
para el hombre iconoclasta:
nuevo tipo de camino,
para el buen cristiano:
¡Destierro neto!
¡Eso querría!.
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