lunes, 1 de diciembre de 2008

El Cielo en Llamas



Estoy frente a mi ventana silenciosa. Estoy contemplando la muerte de cientos de seres humanos arrodillados. Y miro cómo su sangre forma riachuelos que marchan hacia el mar del olvido.

Estoy hincado, pues no puedo sostener más mi existencia. Tan sólo sé que existo en el final de la vida, que recuerdo histerias e historias afines, que mis brazos no cubren más mi pecho, que no puedo siquiera tocar mi frente, que mis oídos sólo perciben el aullido de extinción de lo que fué mi especie.

Estoy observando el fin del tiempo, la caída del pensante, la fuga religiosa, el devenir oscuro, la explosión de cristo, la ascención de los culpables. Y observo mientras derramo gotas propias, mientras mis dedos se van desmoronando, mientras me transformo en el polvo que también se desintegrará.

Tras un par de intentos por ponerme de pie, me desgarro el cuerpo y caigo partido en varios pedazos de mí mismo. Veo cómo se abre la ventana y salen por allí mis recuerdos, mis lágrimas, mis fantasmas, mi inseguridad, mis placeres y mis crueldades. Y ya sin tanto peso, me eleva el aire, me saca de éste cuarto, me lleva a la muchedumbre ensangrentada, me derrama en pedazos podridos sobre el desierto humano. Y ahí contemplo la partida de mis padres, hermanos, amigos, y gente inconclusa. Así es, gente inconclusa. La gente de quien jamás recibí un abrazo, una sonrisa o una mirada siquiera. La gente de quien jamás conocí el rostro, o sus extremidades que pudieran ahorcarme. La gente que en tantas ocasiones intenté acercar y mi sóla presencia y el aire entre nosotros, se empeñaban en alejar...


Miserable vida ocupada en frustraciones personales he vertido sobre el mundo. Pero al mundo jamás le importaría tal desperdicio. Por eso observaba por mi ventana silenciosa esperando el día en que la arena se levantara y horrorizara con su furia infernal.


Escucho ruidos, voces, destrozos...escucho miseria, desesperación, gozos, abusos, crímenes, azotos, condenas, injurias, crucifixiones...todo está en el ambiente, y al levantar la mirada, mis párpados se estiran hasta el suelo y todo yo me convierto en un misterio más. La vida se embiste a sí misma. Grito, agravio mi intimidad, mis dientes se convierten en sal, mi boca se llena de sangre, me convulsiono, me estrello contra el piso, y cuando salto, quiebro pedazos de cielo con mi enrojecido cráneo, y revelo la verdad del paraíso cuando miles de criaturas negras y enfermas salen de los huecos que invento para alimentarse de buenas costumbres, de valores y de atenciones humanas. Todo lo trituran con su fatal mordedura, y nuevamente empieza la masacre. Y nuevamente empiezan a correr los ríos, y a desbordarse en mares de sangre humana.


Y ahí me hundiré yo también.

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