martes, 2 de diciembre de 2008

Ese efímero calor...



Realidad no hay. No para mí que vivo evitando encontrar el dolor que reside en mis ojos. Por eso he preferido verme ciego, observarme por dentro, no contemplar la sutileza de las sustancias rojizas que excitan los sentidos.
La única realidad es la que yo mismo evado, la que prohibo y la que blasfemo. La única realidad evasiva es la que incendia tu calor sobre mi cuerpo imposible. Y tus manos aún marchitan mis largos dedos que no podrían jamás tocarse a sí mismos.


Recuerdo el aroma de tu piel sumergida en las aguas estancadas de mi enferma sexualidad. Recuerdo que sanamente se esparcía dando vida a los rayones más terribles, accidentes de éste fresco de horror. Recuerdo lo bien que me sentía cerca de tí, entrelazando mis manos con las tuyas, sintiendo ese efímero calor...esa angustia de querer siempre construír un futuro insano. Esa manía de apresurar la vida sin detenerme a vivirla. Esa presión que yo mismo ejercía sobre mi orgullo. Y ese afán por confundir tus caminos para que volvieras siempre a estar junto a mí.


Recuerdo la peste y el pantano, recuerdo esa espesa corteza que me absorbía, y que incluso en el fondo lograba ofrecerme ese olor que sólo tu cuerpo podía brindar a mi paz.
La realidad entonces comenzó a deformarlo todo, pues no fué suficiente para mí aquél olor. Yo deseaba tragarte como la tierra hacia mí. Envolverte, atraerte, consumirte, fundirte y fundirnme. Llegar al fondo del misterio que entrañaba éste silencio.


Por decirlo de algún otro modo, aún te amo...pero el lodo y el movimiento telúrico; el rencor, la locura y el temor nos han alejado otra vez. Cada giro y cada salto, cada temblor y cada amanecer nos han restringido la permanencia en ese cielo inocente, erótico y terrenal.

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